jueves, 3 de mayo de 2007

MARGINADOS. PRIMER TEXTO.

Sergio Pellicer

Se aprenden muchas cosas del mundo viviendo en la calle. Cuando ves a tanta gente desfilando por delante de ti hora tras hora, acabas calando casi a cualquiera sólo por lo que desprende su mirada: desprecio, compasión, apoyo, lástima, asco, odio.

En una esquinita de la Gran Vía de Barcelona, Diego raspaba su guitarra y cantaba versos a una mujer ausente con su acento argentino, sentado en un pequeño taburete. A menudo pasaba algún chico joven y le lanzaba una monedita de veinte céntimos; anecdóticamente pasaba un loco, le daba un billetito de cinco euros y esa mañana podía comer de caliente. Enfrente de él, a sus pies, una pequeña alfombrita, como las que se ponen a la entrada de la ducha, con un papel pegado en el que se leía una expresión muy significativa: “El arte vive en los museos. Los artistas mueren en la calle”. Su melena, rizada y salvaje, caía por su rostro moreno y quedaba pegada en su frente sudorosa mientras sus dedos, ágiles y portentosos, se deslizaban por el mástil de su guitarra española tocando una melodía cargada de nostalgia. Cerró sus ojos verdes apretando fuertemente los párpados, y le cantó a un recuerdo triste:

“Ella se quedó, y mi corazón quedó con ella. A muchos kilómetros de mi, a un océano de distancia, a un viaje imposible en patera. Ella me perdió en un sueño, yo la perdí en una pesadilla. Ella... Ella... Ella es hoy un pronombre, ella ya no es, era...”.

Quedó en silencio. El mundo, a su alrededor, se movía muy deprisa, pero él permaneció inmóvil. Cientos de coches cruzaban velozmente la Gran Vía; los empresarios, fusionados con un teléfono móvil y un maletín, subían y bajaban por la avenida inmersos en sus problemas. Bullicio, ruido, gentío, corbatas, maldiciones. No había tiempo para nada, y el arte no era una excepción.

Abrió los ojos al fin, y miró la alfombrilla: un par de horas cantando, dos euros con setenta céntimos.

“Eso vale tu recuerdo, ese que me da de comer”.

Se puso en pie, guardó la guitarra en una funda de cuero despellejada, recogió sus escasas pertenencias y desapareció entre la multitud con un nombre en la cabeza y una miseria en el bolsillo.

7 comentarios:

DomingoVerde dijo...

Genial, y te diría "sublime" pero me quedaría un poco maricón (por no decir afeminado). Pero poco importa mantener una impresión cuando un texto como el tuyo consigue tocarle a uno la fibra sensible de manera tan impune. Espero que siga tu serie. Aquí tienes al primer suscriptor.

Anónimo dijo...

Como lo haces para enganxar estos textos? eres un makina tio, un galactico de la palabra

Anónimo dijo...

Si escribiendo fuera la mitad de buena de lo que eres tú, podría expresar con palabras lo que supone leer textos tan buenos como los tuyos. Desgraciadamente, eso no es así, con lo cual sólo puedo darte las gracias por el magnífico rato que paso leyendo lo que escribes y animarte a que sigas así, que te auguro un gran futuro.

Hell Dog dijo...

sin duda tienes un don colega, el don de la profundidad. no lo pierdas y que no te lo roben

Anónimo dijo...

...Sencillamente genial tio.... no puedo decir mas

Anónimo dijo...

Maravilloso, sigue así y llegarás lejos, me ha encantado leerlo

Anónimo dijo...

Me me gusta tu forma de escrbir, me parece un texto muy bueno porque recoge la realidad pura y dura que uno se encuentra en la calle a diario. Sigue asi porque vas por buen camino.
Tania