domingo, 22 de julio de 2007

Primer Paso

Sergio Pellicer

"Bajó del tren un poco nervioso. Ya había estado antes en esa estación y conocía perfectamente el trayecto que debía recorrer para llegar a su destino - de hecho lo realizó ya un par de meses antes para resolver ciertos papeleos. Pero entonces, el primer día, el tan esperado inicio del curso, quedaba aún muy lejano. Sí, muy lejano. No obstante, por todos es sabido que el tiempo, el dichoso tiempo, tiene la costumbre de pasar de puntillas por nuestras vidas. Y, cuando el chaval se quiso dar cuenta, el tiempo había pasado por detrás de él, sigiloso, y ya eran las diez de la mañana del veinticinco de septiembre.
"¿A quién me encontraré en la clase?", pensaba de camino. Sabía que, al volver a casa, su familia, amigos y por entonces novia -ahora recuerdo de almíbar - le aguardarían con mil preguntas sobre su primer día, y también que ahora todos ellos estaban pensando en él. Eso, aunque pudiera parecer una tontería, le hacía sentir más fuerte y confiado. Tras dar muchas vueltas por edificios desconocidos, en un tour turístico improvisado, y seguir flechas de carteles que no llevaban a ninguna parte, vio en el horizonte, al final de un descampado kilométrico, un extraño edificio de un color rojo oscuro. -¿Atzavares? Sí, es aquel - le contestó un chico un poco más mayor. Y tres minutos más tarde entraba en una clase que había empezado hacía diez, sin imaginar siquiera los grandes momentos que pasaría junto a muchos de los entonces desconocidos que se sentaban a escasos metros de su silla chirriante". Este texto va dedicado a los que me apoyaron en la decisión de apostar por Elche, a los que lo siguen haciendo y a los que lo harán siempre. Y, por supuesto, a toda la gente que he conocido este año: sois una razón más que suficiente, al margen de todas las demás, para haber pasado un año en esta magnífica ciudad. Gracias a todos. Sergio.

sábado, 19 de mayo de 2007

NOCHE NEGRA

Sergio Pellicer


En un pequeño cuarto de baño, enfrente de un amplio espejo de marco blanco, el hombre se observa, piensa sobre su situación, habla consigo mismo. No es un hombre feo, tampoco excesivamente guapo. Tiene una cicatriz característica en la mejilla izquierda, y el pelo rubio, revuelto por el viento y mojado por la lluvia que le ha pillado de camino a casa, le cae un poco por encima de los ojos, enrojecidos por el llanto.

“Pienso en lo que he vivido a lo largo de todo este tiempo: sólo veo oscuridad y tristeza que se expande por mi interior tiñendo lo poco bueno que mi recuerdo aún conserva con el color azul de la nostalgia. Una voz acude a mi memoria procedente de noches inmemoriales, y una tormenta de nieve se desencadena violenta en las regiones de mi alma, donde lo bueno y lo malo convergen en aludes de olvido. Cierro los ojos, pienso, lloro. ¡Perra vida! ¿De verdad cree que ha hecho lo correcto? Su última mirada me perseguirá por siempre como una veleta acusadora, lo sé. Y no quiero. “

Detiene su pensamiento desesperado, su mente queda en blanco. Se mira en el espejo, golpea la pared con furia.

-Tú, el del espejo, deja de pensar. ¿Sabes qué? Que eres un mierda. Sí, como lo oyes, un mierda. No vales para nada, ¿sabes? Nadie te quiere, ni tu mujer te quiere, te ha dejado. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Qué puedes hacer ahora? ¡Nada! ¡No puedes hacer nada!

Su cuerpo se convierte en un tornado iracundo que se expande por el baño golpeando objetos, paredes y muebles al mismo ritmo con que un pensamiento desesperado azota su mente desquiciada.

“Me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio...”.

La locura posee por completo sus acciones y pensamientos, la posibilidad de reflexión queda eliminada. Acude al armario de herramientas, tantea con la mano izquierda la más alta de las estanterías, la única a la que no llega con la vista, y por fin distingue con su hábil tacto la silueta de lo que busca. Traga saliva, cierra los ojos.

“Es lo correcto, es lo correcto”.

Bang. Su cuerpo queda en el suelo envuelto en un charco de sangre mientras en la cocina comienza a sonar alegre el teléfono. Al otro lado de la línea una mujer arrepentida llega con una disculpa inútil y tardía. Salta el contestador: “En este momento no estoy en casa, deja tu mensaje, por favor”.

¿Pedro? Sé que estás ahí, coge el teléfono, te lo ruego, perdóname...

jueves, 3 de mayo de 2007

MARGINADOS. PRIMER TEXTO.

Sergio Pellicer

Se aprenden muchas cosas del mundo viviendo en la calle. Cuando ves a tanta gente desfilando por delante de ti hora tras hora, acabas calando casi a cualquiera sólo por lo que desprende su mirada: desprecio, compasión, apoyo, lástima, asco, odio.

En una esquinita de la Gran Vía de Barcelona, Diego raspaba su guitarra y cantaba versos a una mujer ausente con su acento argentino, sentado en un pequeño taburete. A menudo pasaba algún chico joven y le lanzaba una monedita de veinte céntimos; anecdóticamente pasaba un loco, le daba un billetito de cinco euros y esa mañana podía comer de caliente. Enfrente de él, a sus pies, una pequeña alfombrita, como las que se ponen a la entrada de la ducha, con un papel pegado en el que se leía una expresión muy significativa: “El arte vive en los museos. Los artistas mueren en la calle”. Su melena, rizada y salvaje, caía por su rostro moreno y quedaba pegada en su frente sudorosa mientras sus dedos, ágiles y portentosos, se deslizaban por el mástil de su guitarra española tocando una melodía cargada de nostalgia. Cerró sus ojos verdes apretando fuertemente los párpados, y le cantó a un recuerdo triste:

“Ella se quedó, y mi corazón quedó con ella. A muchos kilómetros de mi, a un océano de distancia, a un viaje imposible en patera. Ella me perdió en un sueño, yo la perdí en una pesadilla. Ella... Ella... Ella es hoy un pronombre, ella ya no es, era...”.

Quedó en silencio. El mundo, a su alrededor, se movía muy deprisa, pero él permaneció inmóvil. Cientos de coches cruzaban velozmente la Gran Vía; los empresarios, fusionados con un teléfono móvil y un maletín, subían y bajaban por la avenida inmersos en sus problemas. Bullicio, ruido, gentío, corbatas, maldiciones. No había tiempo para nada, y el arte no era una excepción.

Abrió los ojos al fin, y miró la alfombrilla: un par de horas cantando, dos euros con setenta céntimos.

“Eso vale tu recuerdo, ese que me da de comer”.

Se puso en pie, guardó la guitarra en una funda de cuero despellejada, recogió sus escasas pertenencias y desapareció entre la multitud con un nombre en la cabeza y una miseria en el bolsillo.

jueves, 19 de abril de 2007

CAMPUS DE ESPINARDO

Sergio Pellicer Vallés



No sé si lo recordarás alguna vez,

a mí me ataca de vez en cuando

el recuerdo de aquel bonito año,

los dos por el Campus de Espinardo,

sin pensar en el futuro,

con un presente que era maravilloso

pero que, como todo, terminó.

Yo estudiaba algo que no recuerdo,

sólo sé que aparecía allí cada día

con la ilusión de verte un rato,

comer juntos, charlar de lo nuestro.

No entraba nunca a clase,

prefería seguir tu horario y,

cuando tenías un hueco,

ir a buscarte a tu facultad

para perderme en tus ojos de fuego,

cogerte de la mano pequeñita

y escuchar atento a tus problemas,

que eran más míos que tuyos.


Dedicado a tu recuerdo...



La Vida

Amor Bonmatí

Surges de la tierra
y cuando tu vida acaba vuelves a ella.
El primer día de tu vida
lo ves todo de un blanco brillante,
luego
una neblina;
y ya no vuelves a ver aquel sol radiante.
Al final, todo lo consume la oscuridad
y te das cuenta de que lo que
menos has vivido en esta vida, es la felicidad.
Surges de la tierra
y cuando tu vida acaba vuelves a ella.
El día del juicio final
vuelves a ver aquel blanco brillante,
pero solo son las nubes
que hay por todas partes.
Cielo, purgatorio o infierno;
¿Dónde me tocará quedarme?
¡Vuelvo a vivir, vuelvo a nacer!
otra oportunidad,
¿qué debo hacer?
¡Pues ya lo sé, buscar la felicidad!
Para que cuando muera,
pueda descansar en paz.

VERTE UNA VEZ MÁS

Sergio Pellicer


Verte una vez más antes de que anochezca,

antes de que la luna despierte de su sueño

para bañar a la tierra con su tenue luz,

antes de que la calle quede oscura y fría

y no haya sitio en ningún sitio para mí.

Besarte una vez más antes de que sea tarde,

antes de que te marches tan lejos de aquí

que quedes relegada al lugar de los sueños,

al sitio dónde no sé si existes o no,

a los confines del recuerdo angustioso

dónde no hay más que tristeza y ansiedad.

Aprovisionarme de reservas suficientes

para ser capaz de aguantar durante tanto tiempo

la hastía hambruna que me provoca

la ausencia prolongada de tu cuerpo,

preparar mis oídos para una sordera permanente

sin recibir las suaves caricias de tu voz,

tratar de conservar tu imagen tras mis párpados

antes de que tu marcha me deje ciego sin remedio.

Empaparme de ti, necesito empaparme de ti;

disfrutar de tu esencia, respirar tu perfume

antes de quedarme sin olfato y sin tacto,

antes de que te vayas y me dejes sin nada...